Black Phone 2 convierte los sueños en una nueva pesadilla (reseña)

En el mundo del cine de terror, las secuelas suelen dividir al público. Algunas repiten fórmulas hasta agotar la franquicia, mientras otras encuentran nuevas formas de asustar. Black Phone 2, dirigida por Scott Derrickson y escrita junto a C. Robert Cargill, pertenece a este segundo grupo.

Lejos de ser una simple extensión comercial, la película construye una narrativa más profunda y arriesgada, donde el horror trasciende la muerte. Derrickson convierte lo que fue una historia cerrada en una exploración del trauma, la fe y los demonios internos, ofreciendo una de las secuelas más intrigantes del catálogo de Blumhouse.

La trama retoma a los hermanos Finny y Gwen años después de los eventos del primer filme. Ambos intentan dejar atrás el pasado, pero algo oscuro comienza a perseguirlos. Cuando sucesos paranormales y visiones extrañas los envuelven, descubren que el Grabber, el infame secuestrador asesinado en la primera entrega, ha regresado desde un plano sobrenatural. Lo que antes fue terror físico, ahora se transforma en pesadilla metafísica.

Aquí está su tráiler.


Ethan Hawke: del asesino al espectro

Ethan Hawke regresa con una interpretación intensa y perturbadora. Su Grabber ya no es un hombre; es una presencia maldita que se infiltra en los sueños de sus víctimas. El film abraza abiertamente la influencia de A Nightmare on Elm Street, con un toque de homenaje a Freddy Krueger. Sin embargo, Derrickson no cae en la copia: el Grabber posee su propio lenguaje visual y emocional, más introspectivo y simbólico.

Su rostro desfigurado, cubierto de cicatrices infernales, simboliza la condena eterna del mal. Cuando aparece sin máscara, el horror no proviene de lo grotesco, sino de la tristeza. La actuación de Hawke combina amenaza y melancolía, haciendo del Grabber una figura trágica, más cercana a un espíritu vengativo que a un simple asesino.

La película sugiere que su resurrección no es literal, sino espiritual: un eco del mal que se niega a desaparecer. Esa ambigüedad potencia el suspenso y redefine al personaje como una nueva figura icónica del cine de terror moderno.


Gwen y Finny: sobrevivir no siempre es vivir

Mason Thames regresa como Finny, el niño que logró escapar del Grabber. Ahora adolescente, se muestra vulnerable, atormentado y emocionalmente roto. Su vida parece suspendida entre la culpa y la negación. Derrickson retrata su trauma con sutileza, sin recurrir a clichés. Finny sobrevive, pero su mente sigue prisionera.

Sin embargo, quien realmente brilla es Madeleine McGraw como Gwen. Su papel evoluciona de la niña clarividente de la primera entrega a una joven que abraza sus habilidades psíquicas para enfrentar al mal. Ella se convierte en el alma del filme, tanto espiritual como emocionalmente. Sus visiones y sueños son el puente entre el mundo de los vivos y el más allá.

Las secuencias oníricas en las que Gwen enfrenta al Grabber son visualmente fascinantes. Derrickson las filma en 16 mm, logrando un efecto granulado y nostálgico que recuerda al horror clásico de los 80. El sonido ambiente, el silencio interrumpido por crujidos y el leve ruido del vinilo girando crean una atmósfera hipnótica. Estas escenas destacan no solo por su estética, sino por cómo reflejan la conexión emocional entre la protagonista y el monstruo.


Terror con propósito: trauma, fe y redención

Una de las fortalezas de Black Phone 2 es su enfoque emocional. Derrickson, quien ya había explorado la pérdida y la fe en Sinister y Deliver Us from Evil, convierte el horror en un medio para hablar del trauma. La película no busca solo asustar, sino procesar el dolor.

El guion profundiza en cómo los eventos del primer film afectaron a Finny y Gwen. Ella canaliza sus visiones como una forma de sanar; él, en cambio, se pierde entre el miedo y la evasión. Ambos representan dos caras del duelo: aceptación y negación.

También se introducen nuevos personajes que aportan capas temáticas. Demian Bichir interpreta al supervisor del campamento donde ocurre parte de la historia. Su fe y su visión bíblica del mal generan un contraste fascinante con el escepticismo de los protagonistas. La conversación entre religión y terror es constante, recordando que el mal, a veces, tiene rostro humano.

Jeremy Davies también regresa como el padre de Finny y Gwen, ahora sobrio y arrepentido. Su transformación simboliza la posibilidad de redención, incluso en medio de un entorno dominado por la oscuridad.


Una atmósfera gélida y visualmente inquietante

A nivel técnico, Black Phone 2 es impecable. Derrickson y el director de fotografía Brett Jutkiewicz crean un entorno visual helado que refleja el aislamiento emocional de los personajes. El traslado de la historia a un campamento católico cubierto de nieve es un acierto. El blanco del paisaje contrasta con los tonos oscuros del Grabber, generando imágenes potentes y simbólicas: pureza frente a corrupción, inocencia frente a maldad.

La banda sonora por Atticus Derricksones es otro punto alto. Cada crujido, llamada telefónica o respiración, amplifica la tensión.

Aunque el ritmo inicial es pausado, —el primer acto se centra en reconstruir el contexto y reintroducir a los personajes—, la película compensa con un segundo y tercer acto que desbordan intensidad y suspenso.

Las secuencias finales, donde Gwen confronta al Grabber en un espacio entre el sueño y la realidad, son de una belleza terrorífica. La violencia y el simbolismo se fusionan para ofrecer una conclusión catártica.


División entre críticos y fanáticos

La recepción de Black Phone 2 ha sido dividida, tal como se anticipaba. Los espectadores que amaron la primera película por su realismo y sencillez podrían encontrar esta secuela demasiado fantástica. En cambio, quienes pedían una expansión más audaz del universo la consideran superior al original.

Esta división es comprensible: Black Phone 2 no busca repetir la fórmula, sino romperla. El guion explora el pasado del Grabber sin revelar demasiado, manteniendo su misterio. Al hacerlo, redefine la historia anterior y le da una nueva perspectiva.

Algunos críticos han señalado que la intención de Blumhouse de convertir la saga en franquicia podría restarle peso emocional. Sin embargo, la mayoría coincide en que Derrickson conserva la esencia: miedo con alma.


Horror, humor y humanidad

Sorprendentemente, Black Phone 2 incluye destellos de humor que alivian la tensión sin romper el tono. Gwen, con su lengua afilada, ofrece diálogos ingeniosos y espontáneos que aportan realismo. El equilibrio entre horror y humanidad es lo que hace que la película funcione.

Aunque el conteo de víctimas es más bajo que en la original, la brutalidad sigue presente. Cada escena violenta tiene un propósito narrativo, no solo un impacto visual. Las imágenes de sangre sobre nieve, comparadas con una pintura de Jackson Pollock, quedan grabadas en la mente del espectador.


Conclusión: el nacimiento de un nuevo icono del terror moderno

Black Phone 2 logra algo raro en el género: reinventa una historia cerrada sin traicionar su espíritu. Derrickson demuestra que una secuela puede ser emocional, inteligente y aterradora a la vez.

Ethan Hawke confirma su estatus como uno de los villanos más memorables del cine reciente, mientras Madeleine McGraw se consolida como una heroína del terror moderno. Ambos entregan actuaciones intensas, sostenidas por una dirección visual impecable y un guion que mezcla miedo y esperanza.

El resultado es una secuela que no solo asusta, sino que conmueve. Una película sobre fantasmas, sí, pero también sobre el peso del pasado, la necesidad de perdón y el poder de enfrentarlo todo, incluso a los propios demonios.

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